Pocos serán sin duda quienes recuerden aquellas épocas en que una noticia
sobre algún asesinato, violación, asalto a transeúnte o a negocios, por
mencionar algunos, era justamente eso: una noticia.
Motivo de escándalo eran estos hechos sobre todo a nivel local,
principalmente en localidades pequeñas donde casi todos los habitantes se
conocían entre sí. Eran tiempos donde salir a la calle no representaba mayor
peligro. En las comunidades semiurbanas y rurales pensábamos que cosas así sólo
podían pasar en las grandes urbes.
Hoy, la realidad es otra. Cada vez es más común encontrar en cualquier
medio masivo de comunicación incluyendo los informáticos, las noticias (y
conste que lo digo en plural) sobre niños, adolescentes y jovencitas
desaparecidas; personas decapitadas, agresores y víctimas sexuales, asaltos a
mano armada, hogares y comerciantes violentados por asaltantes, sin hablar ya
de la violencia generada por la delincuencia organizada.
Cada vez es mayor la cantidad de eventos desaprobados por la sociedad.
Pero esto conlleva un problema silencioso: sin duda, nos estamos acostumbrando
a vivir mal.
Contrastando con lo que ocurría en el pasado, ahora leer en las noticias
o cualquier otra fuente informativa algún hecho que denigra la dignidad humana,
es tarea común, algo que consideramos normal…
sí, algo normal al menos hasta que nos ocurre en carne propia.
Los ciudadanos hemos perdido la capacidad de asombro, ya no mueve
significativamente nuestros sentimientos una imagen o un encabezado que
comunique desgracias y malas noticias. Nos hemos convertido en testigos pasivos
de una metamorfosis social poco halagüeña.
Me inclino a decir que incluso, somos parte de complicidad que requieren
los delincuentes cuando perdemos la cultura de la denuncia, cuando las escuelas
están saturadas de niños y jóvenes que acuden por un acto propio de su edad
olvidándose de aplicar y aprender valores y conocimientos que tengan como
consecuencia una renovación de la consciencia y la buena voluntad entre los
individuos.
Si a esto añadimos la complacencia de las autoridades de todos los
niveles, así como un sistema jurídico obsoleto y deficiente, pues las cosas se
complican.
Así pues, la tarea requiere que los ciudadanos, los buenos ciudadanos,
los que somos más, estemos mejor organizados que la delincuencia organizada.
Nos queda ser empáticos y solidarios con nuestros vecinos apoyándonos y
cuidándonos entre nosotros. Exigir a las autoridades acciones efectivas y verdaderas
que defiendan más los derechos de los ciudadanos y no a los delincuentes.
Hay mucho por hacer, nos toca componer lo que hemos dejado que se pudra
poco a poco y cuyas consecuencias serán inenarrables para las nuevas
generaciones.
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